martes, 24 de junio de 2025

Reflexión sobre acontecimientos recientes

 "Ayer me creía inteligente, así que quise cambiar el mundo.

Hoy soy más sabio, así que me estoy cambiando a mí mismo."
Atribuido a Rumi, Yalāl ad-Dīn Muhammad Rūmī (جلال‌الدین محمد رومی), gran poeta y místico persa del siglo XIII



Reflexión
Hoy, al observar las noticias del mundo, con sus fronteras tensas y sus heridas abiertas, cuesta imaginar que muchos de esos territorios —hoy divididos por conflictos e incomprensiones— compartieron alguna vez saberes, poesía, medicina, contemplación astronómica y espiritualidad.
Tal vez Rumi no caminó físicamente por todas esas tierras,
pero sus palabras sí: fueron leídas, recitadas, cantadas, comprendidas y transmitidas en mezquitas, escuelas, jardines y rincones de sabiduría a lo largo de los siglos.
Y quizás... solo quizás, como suele pasar con todo lo que miramos desde lejos,
hoy vemos sólo una parte,
ensordecidos por el estruendo de las noticias y el zumbido constante de las redes sociales.
Tal vez somos ciegos a los pequeños y silenciosos avances humanos que también florecen en esos mismos lugares:
personas sabias, amorosas, dedicadas a la paz, a la enseñanza,
a la medicina, al arte…
Vidas enteras tejidas con esmero y compasión,
fuera del foco, lejos del ruido.
Historias que apenas vislumbramos a través de familiares y amigos, que conocen a alguien que conoce y vive esas vidas invisibles.
Así como propuso Rumi, y también remarcó el Profeta Muhammad (en mi versión libre):
“Dios no cambiará la condición de un pueblo
hasta que cada uno cambie lo que hay en sí mismos.”
(Corán 13:11)
Si dejáramos de vociferar para intentar cambiar a otros,
y comenzáramos por cambiarnos a nosotros mismos,
en silencio y con honestidad,
quizás podríamos empezar a encarnar, en lo cotidiano,
aquello que otro sabio —también de esas tierras— enseñó hace siglos (también mi versión libre):
“Harías mejor en mirar la viga en tu propio ojo
que en sacar a la fuerza la paja del ojo ajeno.”
Esta reflexión no busca criticar a nadie, ni abanderarse por ninguna causa, posición o trinchera. No es un juicio, ni un análisis geopolítico.
Es apenas una invitación íntima y quizá necesaria, a mirarnos hacia adentro, donde también ocurre el mundo.
En silencio.

domingo, 22 de junio de 2025

Receta N°2 del Dao de la Cuchara de Madera para el solsticio de invierno.


Infusión premonitoria de Menta con Miel

Para visión clara, apertura del Shen y siembra de intención consciente
Por Hugo Cisternas

Especial para el solsticio de invierno.

Pero útil también en cumpleaños, comienzos de ciclo, fines de etapa, noches de luna nueva… o incluso en una noche cualquiera sin más pretensión que disfrutar de una rica infusión.

Ingredientes (para 1 persona sintiente)

Menta o Kolew (poleo) fresca (Mentha piperita, spicata o pulegium, da igual): 7 o 9 hojas

Refresca, regula el Qi del Hígado, libera tensión emocional, despierta la mente. En términos clásicos, moviliza lo que está estancado… como ciertos pensamientos repetitivos que te acompañan todo el día. Según la ciencia, protege el hígado y mejora marcadores de estrés oxidativo.

Nota: evitar consumos excesivos de menta porque, como dice el refrán, la cantidad hace al veneno, y la menta contiene hepatotóxicos, osea, cuidado con mujeres embarazadas, pacientes con deficiencia de Yin o debilidad hepática crónica.

El número impar 7 o 9 es Yang: ideal para equilibrar el Yin nocturno sin necesidad de fuegos artificiales.

Miel pura (de ulmo o quillay si hay suerte, si no, la que tengas): 1 cucharadita

Endulza y tonifica el Pulmón y fortalece el Qi del centro. Suaviza el juicio y la lengua. Calma la garganta, y también para no atragantarse con lo que uno calla. En la tradición mapuche la miel es símbolo de protección, prosperidad y vínculo comunitario,
La miel es usada para armonizar las fórmulas medicinales en la farmacología china.

Agua mineral sin gas: 250 ml más o menos

Elemento Yin por excelencia: sostiene, fluye, y porta intención. Conecta con el Riñón y la esencia (Jing). También hidrata, lo cual no es menor.

Utensilios:
- Taza o cuenco ritual (o tu taza favorita y que te inspire).

- Tetera tradicional (si es posible, evita hervidores eléctricos), el fuego es Yang Qi; la electricidad no tiene capítulo en el Su Wen, pero en fin, igual calienta el agua.

- Cuchara de madera (opcional: porcelana bien, evita el plástico, acero 18/10 pasa la prueba).

- Tela blanca de gasa o pañuelo para cubrir (no obligatorio, pero ayuda a crear clima y evita bichos curiosos).

Preparación paso a paso:
1. El Momento

Entre las 20:00 y 22:00 (hora oficial chilena en invierno) = 21:00–23:00 solar, que corresponde al San Jiao según el reloj de los órganos, y al trigrama Qián 乾 (el Cielo) según el Líng Guǐ Bā Fǎ.

El San Jiao, distribuidor del Yuan Qi, conectador de los Tres Reinos reflejados en el cuerpo: cielo, tierra y ser humano… o cabeza, panza y lo que no se nombra en Facebook para que no nos censuren.

Esta hora abre una puerta energética hacia lo sutil, ideal para sembrar intención consciente (意 Yì) y dejar que el Shen flote un rato por el universo sin necesidad de ayuda psicodélica.

Baja las luces.
Respira.
Siente tu cuerpo. Orbita micro cósmica, abre el du mai.
No invoques nada. Solo quédate presente para la preparación de esta infusión.

2. Infusión
Coloca las hojas de menta en la taza.

Calienta el agua en tetera, con tapa abierta. Cuando veas burbujas pequeñas (80–85°C), detente. No dejes que hierva ni el agua ni tu paciencia.

Vierte el agua lentamente, en espiral desde el centro. Conecta tu intuición.

Cubre la taza con el paño y deja reposar entre 5 y 7 minutos, tiempo suficiente para meditar o simplemente mirar una sombra sugerente o el giro de las hojas en la taza (claro que para eso el paño debe ser de una gasa transparente).

3. Intención consciente (意 Yì)
Mientras la menta baila en silencio:

Visualiza lo que deseas sembrar. Si tienes una intención clara, susúrrala.

“Visualizo con claridad el camino que me llama. Mis deseos se hacen visión clara de futuro.”

Y si no tienes idea de qué quieres (cosa que también es válida), di algo como:

“Lo que no deseo también me enseña y prepara mi futuro”

Opcional: escribe tu intención en un papel y déjalo bajo la taza.
Si se moja, no pasa nada: es una forma de empapar de intenciones tu futuro.

4. Endulzado final
Descubre la infusión.
Agrega la miel con tu cuchara de madera.

Revuelve con delicadeza. Nada de batidos salvajes.
Piensa en Bond… James Bond: revuelto, no agitado.

Agradece. A las abejas. A las plantas. Al agua. A tu cuerpo.

Y aunque suene cursi: a ti, estás aquí después de todo.

Consumo de tu infusión:

Tómala en tres sorbos lentos:

Primer sorbo → para el pasado que sueltas. “Con este sorbo, suelto el lastre y me libero de mis cadenas.”

Segundo sorbo → para el presente que abrazas “Con este sorbo, vivo mi presente en plenitud.”

Tercer sorbo → para el futuro que intuyes y siembras “Con este sorbo, siembro mi futuro.”

Permanece en silencio unos minutos.

No lo llenes con afirmaciones pseudo psicológicas, no hagas decretos que no funcionan, no llenes la experiencia con frases huecas, mucho mejor es el vacío creador de tu silencio.

Solo respira y escucha.

Epílogo del Dao de la Cuchara de Madera:

Esta no es una receta mágica.
Tampoco es iniciática.
No convierte a nadie en chamán ni gurú.

Pero...
si te conecta contigo,
si pone un poco de orden en tu noche,
si convierte el agua con menta en un instante significativo…
entonces ya cumplió su propósito.

Porque, al final, la verdadera medicina a veces es solo:

una infusión, una intención, y el valor de quedarse en silencio.

Porque la verdadera magia eres tú

Receta secreta Nº1


 Receta secreta Nº1 de Hugo Cisternas

De mis cuadernos "la cuchara del Dao"
Ingredientes:
6,6 cucharadas de aceite de oliva extra virgen, idealmente del Huasco o más al norte
7,7 gramos de sal pura del desierto de Atacama
Un puñado de romero fresco (o seco, si estás en invierno emocional)
Una pizca de ajo, necesario como soporte vital al zhōng qì
Instrucciones muy, pero muy ancestrales:
1. Prepara tu espacio.
No es necesario un altar, aunque vas a necesitar un soporte, una mesa —porque en mi experiencia, preparar estas recetas en el aire no es buena idea.
Si hay música zen o una vela aromática, no agregan nada, pero tampoco molestan.
Un gato dormido también sirve de testigo silencioso. Shhhh... No lo despiertes.
2. Toma el aceite.
Mide exactamente 6,6 cucharadas. No 6,5. Ni 6,7.
Porque el 6 es un número par, y los pares —según sabiduría transmitida por sabios chinos en extensos tratados cosmológicos—
son Yin (陰): suaves, receptivos, envolventes...
Como un abrazo de abuela o una siesta sin culpa a las 15:00.
El aceite también es Yin: fluye, suave, penetrante, nutritivo.
3. Agrega 7,7 gramos de sal.
Un número impar.
Y los impares son Yang (陽): activos, punzantes, descarados.
La sal también es Yang: es activadora, resalta sabores, mueve el qì del paladar, lo intensifica con irreverencia, preserva con altivez, invade el gusto como si tuviera algo que demostrar.
Pero ojo: demasiada sal y el Yang se desboca como un caballo sin riendas.
4. El romero.
No se pesa. Se intuye.
Un puñado que cabe en la palma —Láogōng — esa antigua balanza del alma.
El romero no es Yin ni Yang.
Es el chamán silvestre que conecta ambos.
Es el sabio silencioso. Aromático, ascendente, le habla al pulmón, al bazo… y a la memoria de tu infancia, cuando aún creías en secretos y en el Viejito Pascuero.
5. Mezcla sin expectativas.
No recites mantras. No invoques ancestros. Solo revuelve.
Un cucharón de madera es esencial.
Respira. Siente la danza del Yin y el Yang en tu cucharón.
Observa cómo el aceite acaricia al romero y cómo la sal no se disuelve del todo.
Como la vida misma: no todo encaja a la perfección.
Y es justo eso lo que la hace real.
¿Qué magia puedes hacer con esto?
Pues nada.
No hay magia.
Y eso, mis queridos amigos y amigas,
es muy mágico de verdad.
Aplicación (opcional, pero recomendable):
Lava y corta 666 gramos de papas brujas (moradas) en cubos medianos, con cáscara: Yin sólido y estructural.
Déjalas remojando 12 minutos para que suelten almidón (Yin que se dispersa).
Seca bien las papas. El fuego (Yang) no es amigo de la humedad (Yin retenido).
Vierte la mezcla de aceite, sal, romero y ajo en un wok caliente, y permite que suelten su qì aromático.
Añade las papas.
Saltea con movimientos suaves, permitiendo que cada lado se dore.
No esperes perfección: que se quemen un poco está dentro del Dào.
Agrega una pizca más de sal cuando estén casi listas:
un último toque de Yang para evitar que suden demasiado y pierdan crocancia.
¿Y si te equivocas en la exactitud de las proporciones mágicas? Nada, La vida no necesita refinamiento para ser vivida. Solo intención.
Advertencia legal:
Esta receta No te garantiza iluminación.
No mejora tu cuenta bancaria.
No atrae a tu ex.
No cura la calvicie.
No cambia tu destino...
… salvo que te vuelvas fan como yo de las papas al romero.
Y en ese caso, es probable que ya estés en buen camino.
¿Qué dice el sabio?
Has seguido todas las proporciones.
Has alineado Yin con Yang.
Has olido el romero como si fuera una evocación del alma dormida.
¿Y sabes qué ha pasado?
No pasa absolutamente nada… o ha pasado de todo.
Porque la verdad… la única magia está en ti.

jueves, 19 de junio de 2025

Mi dios es profundamente humano


No sé si mi dios perdona.

Pero sé que mi dios, muchas veces, me falla.
Cuando enfermo, no veo que me sane.
Difícil saber si me ama,
pero a veces… castiga.

Porque mi dios es profundamente humano.

Parece indiferente,
pero deja huella.

Mi dios no es perfecto.
Ni infalible.
Mi dios es profundamente humano.

Se esconde.
Se enoja.
Se aleja.

Pero también, a veces,
me acaricia sin razón.
Me da señales torpes,
como quien no sabe cómo amar,
pero lo intenta.
Como un dios profundamente humano.

No sé si mi dios existe.
Pero sé que vive en mí.

Y a veces,
me responde como mi propio eco,
cuando le hablo en silencio.

Porque mi dios es tan humano...
es tan yo.

Soy una paradoja sin testigos

 ¿Quién soy yo?



Cada vez que intento responder, me disuelvo un poco. No soy lo que otros dicen de mí. Ni el elogio ni el reproche me definen. No soy lo que hice, ni mis títulos. No soy lo que me hicieron, ni mis traumas. Ni los relatos con los que la memoria me seduce. No soy una historia clínica, ni un diagnóstico con receta médica. No soy una biografía pulida para el currículum, ni un álbum de fotos donde siempre sonrío. Porque: Mis pensamientos son míos —aunque a veces no los comprenda. Mis emociones son mías —aunque me arrastren como ríos. Mis valores son míos —aunque hayan sido sembrados por otros. Mis actos son míos —aunque me contradiga a cada rato. No necesito la mirada de otro para saber quién soy. Ni la voz del psicólogo, ni el juicio del psiquiatra, ni el guión del coach, ni el afecto inseguro de quien me aprecia desde su miedo. La verdad es simple: El mapa está en mí. La brújula también. Solo tengo que aprender a leerlos: no con urgencia, ni con prejuicios, ni con sabidurías ajenas, sino con la calma del que escucha su eco en el silencio. Y aunque tal vez nunca lo sabré del todo, porque mientras más me reconozco, más cambio, como la arena en el viento.

jueves, 29 de mayo de 2025

Tornado moral y anestesia ciudadana



Recién leo este artículo conmovedor publicado en El Mostrador sobre Puerto Varas. Me llega de cerca por familiares y amigos que viven ahí.
También me conmueve por la capacidad de una ciudad de levantarse con dignidad y calma tras un tornado de 178 km/h.
Pero no pude evitar pensar en otra clase de tormentas: esas que no botan árboles ni vuelan techos, pero que arrasan con la confianza, la decencia y el alma colectiva.
Porque sí, ver a una comunidad ayudarse en medio del desastre —sea tornado, terremoto, incendio, inundación o socavón—, sin bocinazos, con respeto, carabineros, bomberos y vecinos colaborando como si todo funcionara, enaltece el espíritu.
Un pequeño milagro en un país donde la desazón moral es pan de cada día.
Pero también es un espejo incómodo: la misma sociedad que sabe organizarse sin desesperarse tras un desastre natural, es la que sigue pagando el pato cuando los tornados son políticos, empresariales o judiciales: como en el caso reciente del uso fraudulento y masivo de licencias médicas que amenaza la sostenibilidad del sistema de salud; o los nombramientos por cuoteo político disfrazado de meritocracia, por devolución de favores concedidos por los "influencers" de la política y el lobby, o incluso por antiguos vínculos de parranda escolar.
Tormentas morales que erosionan lentamente la confianza pública, pero que rara vez se enfrentan con la misma urgencia, coordinación o cobertura que una catástrofe natural.
Al leer artículos positivos y llenos de valor como este sobre el reciente tornado, me llama a reflexionar sobre la otra cara de la contingencia: los últimos "descubrimientos" sobre el uso fraudulento de licencias médicas, las influencias inmorales que operan por amiguismos o como devolución de favores concedidos, los abusos de poder normalizados en distintos niveles del sistema.
Todo eso que se grita por un rato en redes sociales o matinales, pero luego, con la misma resiliencia y resignación, se adormece para poder seguir adelante como si nada.
Nuestra indignación es biodegradable:
Se degrada rápido, se disuelve en el aire mediático y nunca deja huella duradera.
Una anestesia cívica que deja pasar el escándalo como quien deja pasar la lluvia: esperando que se calme sin mojarse demasiado.
Una cultura que valora seguir adelante "pese a todo" corre el riesgo de naturalizar los abusos, transformando lo inaceptable en parte del paisaje emocional.
Nos volvemos expertos en levantarnos, pero no en exigir.
Sobrevivimos con cinismo funcional: sabiendo que algo está mal, pero aprendiendo a navegarlo como si fuera un hábito más, como lavarse los dientes en la mañana.
Aprendemos a barrer los escombros, pero no a pedir rendición de cuentas a quienes, por acción u omisión, permiten que se repitan.
La resiliencia, tan necesaria y celebrada, calma el dolor, pero también adormece la reacción. Nos invita a soportar, resistir, adaptarnos… pero, ¿a qué costo? ¿Qué emociones quedan dormidas en el camino?
- La rabia justa que impulsa a actuar.
- La frustración colectiva que podría transformarse en acción política o social.
- El asco ético ante lo corrupto y lo impune.
Mientras el tornado natural se lleva árboles, casas y techos, el tornado moral se lleva la confianza, la dignidad institucional y la fe ciudadana.
Pero este último no se declara zona de catástrofe, ni moviliza ayuda estatal. A lo más, genera titulares de un par de días y memes de WhatsApp.
Y entonces… reaparece la resiliencia:
“¿Y qué vamos a hacer? Así es Chile”.
“Mejor reír que llorar”.
“La vida sigue”.
Pero esas frases también operan como calmantes culturales. Y mientras nos reímos para no llorar, se filtra —y se normaliza— algo más profundo: la red subterránea de la mini-corrupción cotidiana.
No son los grandes escándalos, sino de gestos invisibles que se asumen como parte del folclor nacional: desde robar un dulce en el supermercado —“total, las mermas están incluidas en el precio”— hasta llegar tarde al trabajo culpando a “la micro”, cuando en realidad uno salió tarde. Desde el pituto inofensivo al favor entre conocidos, desde la boleta que no se pide al gasto personal disfrazado de empresa. La licencia médica para faltar a un examen o ir al acto escolar no es excepción: es un síntoma más de prácticas culturalmente toleradas, donde lo pequeño también erosiona lo ético.
Y todo eso se sostiene con mantras que parecen inocentes, pero que en realidad mantienen a flote un sistema que después nos pasa la cuenta:
“hay que aprovechar lo que hay”,
“si total todos lo hacen”,
“si la pérdida estaba calculada”,
“si otros lo hacen, ¿por qué no yo?”.
Respuestas que si bien ayudan a sobrellevar la existencia, también pueden inhibir la acción transformadora.
Nos vuelven funcionales en el desastre, pero no protagonistas del cambio.
Puerto Varas, en medio del lodo y los árboles caídos, mostró que la comunidad existe, que la solidaridad sigue viva. Eso es valorable.
Porque resistir no basta. También hay que reaccionar.
Una invitación a preguntarse:
¿Y si esta vez, en lugar de reconstruir en silencio, aprendemos a incomodar con dignidad?
¿Y si además de resistir, nos organizamos para exigir transparencia, votar con conciencia, denunciar sin miedo y dejar de reírnos de lo que nos indigna?