sábado, 25 de enero de 2025

La leyenda de Nian y la tradición del año nuevo chino

Hugo Cisternas 

En tiempos remotos, un monstruo de terrible poder y deseo recorría las aldeas chinas. Su nombre era Nian, un ser voraz que emergía al final de cada año lunar desde las aguas oscuras del mar y los ríos. De su boca brotaba una sed insaciable: no solo devoraba animales y cultivos, sino que también tomaba lo más preciado de las aldeas: a las jóvenes más hermosas.
Nian no era un monstruo cualquiera: su hambre no era solo de carne, sino también de belleza, juventud y vida. Nadie comprendía completamente su naturaleza, pero su furia parecía una danza oscura, sincronizada con la última luna menguante del año, un signo de su llegada inevitable. Las aldeas, temblorosas, ofrecían tributos al monstruo: grandes banquetes de manjares, tesoros y hasta mujeres jóvenes, esperando que su gula fuera saciada. Pero Nian, como todo ser insaciable, nunca se conformaba con las ofrendas. Siempre regresaba, más terrible, más hambriento. Parecía que no había forma de detener su destrucción.
Entre las sombras de la desesperación, surgió una figura inesperada: una niña pequeña, vestida completamente de rojo, como si el mismo fuego la hubiera envuelto. Con una determinación que solo los corazones puros conocen, la niña se levantó frente a Nian con una valentía que desbordaba los límites de la razón.
Con un tambor ceremonial, golpeó el aire con una fuerza ancestral. ¡Boom!, resonó el sonido, y con cada golpe siguiendo el ritmo que parecía el latir de su corazón valiente, los ecos retumbaban en las montañas y valles. El aire vibraba con la potencia de un trueno, y la vestimenta roja de la niña comenzó a brillar como una llamarada, tan intensa que desafiaba la oscuridad misma.
El rojo, como una lengua de fuego, iluminó la escena, y el monstruo, al enfrentarse a esta visión, sintió un terror profundo. El sonido del tambor, como el rugido de un león, y el rojo ardiente, como el corazón de un volcán, lo derrotaron. Nian, el monstruo de insaciable hambre, huyó, temeroso de un poder que jamás había imaginado.
Desde ese momento, el rojo y el ruido tienen el poder de ahuyentar la oscuridad, de defendernos de los monstruos más temibles. El monstruo no era solo un ser de carne y hueso, sino un símbolo de todo aquello que devora nuestras esperanzas y sueños, nuestra paz y nuestras raíces.
Hoy, cuando se celebra el Año Nuevo Chino, la memoria de esa niña y su tambor sigue viva en cada tradición. El rojo, símbolo de vida, de renovación, de fuego, sigue protegiéndonos. Las casas se decoran con faroles rojos, las personas se visten con ropa de este color, y los sobres rojos hóngbāo (红包) se entregan como símbolos de buena suerte, de riqueza y de esperanza. Es un recordatorio de que debemos rodearnos de aquello que nos da vida y nos mantiene en equilibrio, alejando las sombras que acechan en las esquinas de nuestra mente y corazón.
Pero hay más en este simbolismo de lo que se ve a simple vista. El ruido, el estruendo de los tambores y los petardos, nos habla de la necesidad de romper el silencio de nuestros miedos, de la urgencia de destruir las creencias que nos limitan y nos atenazan.
Ese monstruo que aparece en la forma de una criatura mítica es realmente el que llevamos dentro: el miedo, la duda, la desesperación, la ira. Y para vencerlo, es necesario hacer ruido. Necesitamos sacudirnos, romper los muros de nuestra propia prisión mental.
La niña de rojo nos invita a reconocer ese poder dentro de nosotros, a usar nuestros recursos con la misma valentía. El rojo de su ropa mucho más que un color, es la fuerza, la decisión firme de enfrentarse a lo que nos asusta y nos limita. El tambor un acto de afirmación, una llamada al despertar de nuestro espíritu. La tradición de vestirnos de rojo, de hacer ruido es un recordatorio de que siempre podemos elegir la luz sobre la oscuridad, el valor sobre el miedo, la vida sobre la muerte.
En cada uno de nosotros vive un Nian, un monstruo que se alimenta de lo que tememos enfrentar. Puede ser el miedo al fracaso, la inseguridad que nos paraliza, o la insatisfacción que nunca cesa. Pero dentro de nosotros también hay una niña de rojo, que tiene el poder de desafiar esa oscuridad. Solo necesitamos recordar que, aunque el monstruo sea grande y amenazante, su fuerza radica justamente en el temor que sentimos. Al enfrentarlo, al crear nuestro propio "estruendo", descubrimos que no era tan invencible como pensábamos.
Así, el Año Nuevo Chino es, en su esencia más profunda, una invitación a reflexionar sobre los monstruos que cargamos en nuestro interior y las herramientas que tenemos para enfrentarlos. El rojo, el sonido, la unidad de la familia, la renovación: son símbolos que nos llaman a recordar que, al igual que la niña de rojo, tenemos el poder de transformar nuestras vidas, de hacer que el Año Nuevo sea un verdadero renacer, lleno de fuerza, esperanza y propósito.

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