En el fluir constante de la vida, el amor se parece a un río, un cauce que avanza y se adapta a paisajes que varían a cada paso: a veces calmado, casi invisible en su curso, otras veces turbulento y desbordante, pero siempre, siempre en movimiento.
13 de Febrero: Amor Rebelde y Conexiones Sin Fronteras
El Día del Amante es un amor rebelde, el que desafía las convenciones establecidas, como un salmón que nada contra la corriente para alcanzar su origen. Este amor desafía la norma, se atreve a ir más allá de lo establecido, tomando el deseo como su única brújula. Este amor es incansable, sin esperar el permiso de la sociedad ni el aplauso de los demás, simplemente fluye.
Y, sin embargo, en la misma fecha, tenemos el Día de los Amigos de Internet, un amor sin límites geográficos, un amor que no se mide en kilómetros, ni en las estaciones del año, ni en la temperatura de un abrazo. Aquí, el amor se expresa en palabras, en miradas a través de pantallas, en silencios compartidos que no necesitan ser tocados para ser sentidos. Es el amor que no tiene fronteras, que se teje en el entramado etéreo de la virtualidad, donde no existe el calor físico ni el frío del invierno, solo la calidez de un alma conectada a otra.
Me resulta curioso, en este grupo de efemérides, nos encontramos con dos corrientes: una que desafía lo impuesto y otra que demuestra que la distancia no diluye la cercanía emocional. Ambos amores nos invitan a reflexionar que el amor es fluido: a veces rebelde, otras veces lejano, pero nunca dejando de ser un vínculo profundo entre dos seres.
14 de Febrero: Entre lo Ideal y lo Esencial
El Día de San Valentín es una celebración que se ha llenado de símbolos exuberantes, de mensajes empalagosos, de flores que se marchitan al día siguiente, de corazones dorados, de chocolates que se derriten... y, claro, de una promesa de amor idealizado. Pero este amor que celebramos es tan efímero como el reflejo del sol en el agua: un destello que parece eterno, pero que se desvanece al menor movimiento. Este amor, más que un refugio, parece un deseo tan efímero como la burbuja en el vaso de champaña.
En contraste, el Día Mundial de los Sonidos Curativos nos invita a un amor más profundo, uno que no es externo ni material, sino interno, como la resonancia de un sonido que se dispersa en todas direcciones. El amor es como una vibración, un eco que resuena en el silencio interior (el Xin, 心 en chino, símbolo del corazón-mente) donde descubrimos su poder transformador.
El amor verdadero no necesita adornos ni discursos grandilocuentes. Se encuentra en la capacidad de sanar, en la disposición para escuchar, en la presencia genuina que supera las expectativas de lo idealizado. Tal vez, este sea el amor que se encuentra en el silencio entre dos almas que se encuentran en sintonía, sin necesitar más que la resonancia mutua.
16 de Febrero: El Amor que Trasciende
Finalmente, el Día de los Amores Imposibles nos ofrece una visión más filosófica del amor, el amor de lo inalcanzable, de lo que nunca fue pero que sigue siendo. Aquí, el amor es como un pájaro que nunca se posará en nuestras manos, un anhelo que nunca será saciado. Este amor vive en la mente y en la memoria, desafía las leyes del tiempo y el espacio, y sin embargo, persiste.
Este amor, aunque imposible de concretarse, es un amor que nos trasciende, que vive en nuestros pensamientos y en nuestras emociones más profundas. Y tal vez, este amor es la manifestación de lo eterno: un amor que no tiene forma, pero que no deja de existir. Nos invita a aceptar nuestra vulnerabilidad y nuestra capacidad para amar incluso lo que nunca tendremos.
Así, podemos ver la enseñanza que nos ofrece el río de la vida: el amor no es un destino, sino un viaje. Es un fluir constante, una corriente que se adapta, que se renueva, que no necesita cumplir expectativas, porque su verdadera sabiduría radica en su capacidad para transformarse.
Y tal vez, la verdadera reflexión para estos días de amor en febrero es que no importa cuántos días celebremos, lo importante es aprender a navegar las aguas del amor con la misma aceptación y fluidez con las que el río se adapta a su paisaje, sin resistencia, sin expectativas, solo dejando que el amor fluya en su forma más pura y auténtica.
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