jueves, 29 de mayo de 2025

Tornado moral y anestesia ciudadana



Recién leo este artículo conmovedor publicado en El Mostrador sobre Puerto Varas. Me llega de cerca por familiares y amigos que viven ahí.
También me conmueve por la capacidad de una ciudad de levantarse con dignidad y calma tras un tornado de 178 km/h.
Pero no pude evitar pensar en otra clase de tormentas: esas que no botan árboles ni vuelan techos, pero que arrasan con la confianza, la decencia y el alma colectiva.
Porque sí, ver a una comunidad ayudarse en medio del desastre —sea tornado, terremoto, incendio, inundación o socavón—, sin bocinazos, con respeto, carabineros, bomberos y vecinos colaborando como si todo funcionara, enaltece el espíritu.
Un pequeño milagro en un país donde la desazón moral es pan de cada día.
Pero también es un espejo incómodo: la misma sociedad que sabe organizarse sin desesperarse tras un desastre natural, es la que sigue pagando el pato cuando los tornados son políticos, empresariales o judiciales: como en el caso reciente del uso fraudulento y masivo de licencias médicas que amenaza la sostenibilidad del sistema de salud; o los nombramientos por cuoteo político disfrazado de meritocracia, por devolución de favores concedidos por los "influencers" de la política y el lobby, o incluso por antiguos vínculos de parranda escolar.
Tormentas morales que erosionan lentamente la confianza pública, pero que rara vez se enfrentan con la misma urgencia, coordinación o cobertura que una catástrofe natural.
Al leer artículos positivos y llenos de valor como este sobre el reciente tornado, me llama a reflexionar sobre la otra cara de la contingencia: los últimos "descubrimientos" sobre el uso fraudulento de licencias médicas, las influencias inmorales que operan por amiguismos o como devolución de favores concedidos, los abusos de poder normalizados en distintos niveles del sistema.
Todo eso que se grita por un rato en redes sociales o matinales, pero luego, con la misma resiliencia y resignación, se adormece para poder seguir adelante como si nada.
Nuestra indignación es biodegradable:
Se degrada rápido, se disuelve en el aire mediático y nunca deja huella duradera.
Una anestesia cívica que deja pasar el escándalo como quien deja pasar la lluvia: esperando que se calme sin mojarse demasiado.
Una cultura que valora seguir adelante "pese a todo" corre el riesgo de naturalizar los abusos, transformando lo inaceptable en parte del paisaje emocional.
Nos volvemos expertos en levantarnos, pero no en exigir.
Sobrevivimos con cinismo funcional: sabiendo que algo está mal, pero aprendiendo a navegarlo como si fuera un hábito más, como lavarse los dientes en la mañana.
Aprendemos a barrer los escombros, pero no a pedir rendición de cuentas a quienes, por acción u omisión, permiten que se repitan.
La resiliencia, tan necesaria y celebrada, calma el dolor, pero también adormece la reacción. Nos invita a soportar, resistir, adaptarnos… pero, ¿a qué costo? ¿Qué emociones quedan dormidas en el camino?
- La rabia justa que impulsa a actuar.
- La frustración colectiva que podría transformarse en acción política o social.
- El asco ético ante lo corrupto y lo impune.
Mientras el tornado natural se lleva árboles, casas y techos, el tornado moral se lleva la confianza, la dignidad institucional y la fe ciudadana.
Pero este último no se declara zona de catástrofe, ni moviliza ayuda estatal. A lo más, genera titulares de un par de días y memes de WhatsApp.
Y entonces… reaparece la resiliencia:
“¿Y qué vamos a hacer? Así es Chile”.
“Mejor reír que llorar”.
“La vida sigue”.
Pero esas frases también operan como calmantes culturales. Y mientras nos reímos para no llorar, se filtra —y se normaliza— algo más profundo: la red subterránea de la mini-corrupción cotidiana.
No son los grandes escándalos, sino de gestos invisibles que se asumen como parte del folclor nacional: desde robar un dulce en el supermercado —“total, las mermas están incluidas en el precio”— hasta llegar tarde al trabajo culpando a “la micro”, cuando en realidad uno salió tarde. Desde el pituto inofensivo al favor entre conocidos, desde la boleta que no se pide al gasto personal disfrazado de empresa. La licencia médica para faltar a un examen o ir al acto escolar no es excepción: es un síntoma más de prácticas culturalmente toleradas, donde lo pequeño también erosiona lo ético.
Y todo eso se sostiene con mantras que parecen inocentes, pero que en realidad mantienen a flote un sistema que después nos pasa la cuenta:
“hay que aprovechar lo que hay”,
“si total todos lo hacen”,
“si la pérdida estaba calculada”,
“si otros lo hacen, ¿por qué no yo?”.
Respuestas que si bien ayudan a sobrellevar la existencia, también pueden inhibir la acción transformadora.
Nos vuelven funcionales en el desastre, pero no protagonistas del cambio.
Puerto Varas, en medio del lodo y los árboles caídos, mostró que la comunidad existe, que la solidaridad sigue viva. Eso es valorable.
Porque resistir no basta. También hay que reaccionar.
Una invitación a preguntarse:
¿Y si esta vez, en lugar de reconstruir en silencio, aprendemos a incomodar con dignidad?
¿Y si además de resistir, nos organizamos para exigir transparencia, votar con conciencia, denunciar sin miedo y dejar de reírnos de lo que nos indigna?

jueves, 8 de mayo de 2025

Ngütramkan Küyen Ñuke - Luna de los Relatos

El 12 de mayo 2025 será la luna llena de mayo, luna de los relatos.

Ngütramkan Küyen Ñuke
Luna de los Relatos


En la ruka susurran cuentos,
afuera, duerme el frío.
El fuego danza por dentro,
viejo, sabio, encendido.

La luna llena de mayo, colgando
de un cielo azul bien tejido,
ilumina los susurros
de un pasado no vencido.

La abuela, voz de piedra,
canta historias sin papel:
del piñón, del pehuén sabio,
del zorro y del koypu fiel.

Niñas con ojos despiertos
escuchan en ronda sagrada;
cada cuento, una llave
que abre puertas olvidadas.

Küyen Ñuke escucha en silencio.
La palabra que renace,
en el centro del kütralwe,
trae lo que había dormido.

Hablar es un modo de alzar,
contar es semilla en el viento,
como el fuego que abriga,
como el poncho del tiempo.

Historias que hay que decir
y repetir como un rezo lento.